El primer vehículo capaz
de trasladarse por su propia energía no fue propiamente el automóvil que
conocemos hoy, sino un triciclo impulsado por una caldera de vapor. Fue
estrenado en 1769 por el ingeniero militar francés Nicolas-Joseph Cugnot para
transportar un cañón; después vino la locomotora, también de vapor, y solo en
tercer lugar apareció el automóvil con motor de explosión interna. En los dos
primeros, el agua que producía el vapor a presión se calentaba mediante una
caldera alimentada a carbón. El conductor que dirigía las viejas locomotoras,
que subsistieron hasta comienzos del siglo XX, era un calderero que avivaba el
fuego y cambiaba el agua en la medida de las necesidades de calor de la
máquina.
En francés, chaleur es
calor, el verbo calentar es chauffer, y la persona que se encarga
de calentar una caldera, el calderero, se llama chauffeur,
'calentador', literalmente. Chauffer procede del idioma
francés antiguo chauffer 'calentar', derivado del latín
vulgar calfare o calefare, alteración del latín
clásico calefacere 'calentar', que procede, a su vez, del
latín calere 'arder', 'estar caliente', que viene, en última
instancia, de la raíz indoeuropea kel- 'calor'.
Cuando aparece algo nuevo en
el mundo, lo normal es que no exista una palabra para designarlo. A fines del
siglo XIX, cuando aparecieron los primeros automóviles, hubo que inventar una
(ahora tenemos varias) para designar a aquel extraño vehículo sin caballos,
pero tampoco había un nombre para denominar al sujeto que lo conducía. En
francés se adoptó el nombre del trabajador que cumplía tal función en la
locomotora, que era, como hemos visto, el único vehículo automóvil para
pasajeros existente hasta ese momento. Como la cultura francesa contaba por
entonces con gran prestigio en España y en América latina, chauffeur fue
rápidamente adquirido por el castellano y adaptado por la Real Academia de la
Lengua Española a chofer o chófer, mientras que la
palabra francesa fue tomada sin variación gráfica en inglés y alemán.
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