viernes, 28 de diciembre de 2012

¿SABÍAS QUE...?


Estamos acostumbrados a leer de izquierda a derecha y, al llegar al final de cada línea, saltar de manera brusca hasta el comienzo del renglón siguiente, y así en forma sucesiva. El procedimiento no parece demasiado inteligente: si al final de una línea bajáramos hacia el extremo derecho de la próxima y siguiéramos leyendo, ahora de derecha a izquierda, y continuáramos de esa forma, nos ahorraríamos los saltos bruscos de línea que llevan tiempo y, según algunos, dañan la vista. Hubo, incluso, quien calculó que una persona que dedica tres horas diarias a la lectura ahorraría de esta forma un total de ciento treinta y seis días en toda su vida. 

En todo caso, en la agricultura, el labriego que pasa el arado sobre un terreno procede de manera más sabia: al llegar al final de un surco, no vuelve al lado del punto de partida, como hacemos para leer, sino que hace girar el arado y empieza un nuevo surco junto al que acaba de terminar.

De ahí el origen de la palabra griega BUSTRÓFEDON, que denominaba este tipo de escritura y también el acto de arar en zigzag. El vocablo se formó con bou 'buey' y strepho 'dar vuelta'. 

Curiosamente, strepho se encuentra, además, en la etimología de estrofa. En efecto, de ese verbo se derivó el sustantivo strophé, que inicialmente significó "evolución del coro en la escena" y, más tarde, "el verso que el coro canta". Veamos cómo quedaría la primera estrofa de la primera rima de Bécquer si el autor la hubiera escrito como un bustrófedon

Yo sé un himno gigante y extraño
arorua anu amla led ehcon al ne aicnuna euq
y estas páginas son de ese himno
.arbmos al ne atalid eria le euq saicnedac

domingo, 23 de diciembre de 2012

¿SEXO O GÉNERO? ¡QUÉ CONFUSIÓN!

Por: Nicanor Alfredo Camacho Núñez

Artículo de mi autoría publicado exclusivamente en la “Revista Avancemos” (Chepén) en su edición N° 48 del mes de diciembre de 2012. Revista mensual dirigida por el Sr. Julio César Angulo Quesquén.

Gato, gata; loro, lora; perro, perra; gallo, gallina; oveja, carnero; toro, vaca…, son sustantivos animados de género masculino o femenino que representan a animales de sexo macho o hembra. Igualmente, hombre y mujer son sustantivos animados de género masculino y femenino, respectivamente, que representan a personas de sexo masculino o femenino. Pero eso no es todo, veamos esto: la mano, el pie; la cara, el pelo; la uña, el dedo; la casa, el carro; la billetera, el cigarro; la computadora, el celular… ¿Será que estos sustantivos inanimados, que representan a partes de nuestro cuerpo u objetos, tienen sexo?

“La confusión está clarísima”          -Lucio Anneo Séneca-

La gran confusión entre sexo y género penaliza varias veces a la lengua española y hace que muchas palabras suenen mal. Por ello, el discurso vaga de tal manera, que puede hacer que en el lector o en el oyente del mismo se produzca un rechazo que lo inutilice. El proceso de aplicar el sexo en vez del género es más difícil o imposible en idiomas como por ejemplo el inglés, que distingue los géneros en algunos artículos, pero no en los sustantivos ni adjetivos. En nuestro idioma español, mucha gente confunde “sexo” con “género”, porque los géneros van también –como ya lo hemos visto– en sustantivos inanimados (la uña, femenino; el pie, masculino;  la casa, femenino; el carro, masculino; la mesa, femenino; el libro, masculino; etc.) y en adjetivos determinativos (esa, femenino; ese, masculino; esta, femenino; este, masculino, etc.).

Los sustantivos (personas, animales, plantas o cosas), entre otras características, poseen género gramatical con el que deben concordar los determinantes y adjetivos: la (artículo femenino) manta (sustantivo femenino) gruesa (adjetivo femenino). El sexo, por otra parte, es una condición biológica específica de las personas, animales y plantas; por lo tanto, sexo y género son dos conceptos totalmente diferentes.

Imaginen una noticia así: «La portavoza, que había sido testiga de una atroza pelea en la sesión, señaló que la edila de la representación rivala no era jueza imparciala a la hora de calificar a la concejala de mártira de la lídera de la agrupación medioambientala». Este texto sería un claro ejemplo si aplicamos a las palabras la distinción por sexo y no por género. Y es que en el mundo entero –cualquiera sea el idioma–, los vocablos tienen género, pero no sexo. Y mientras los sexos son dos: «masculino y femenino» en las personas, y «macho y hembra» en los animales, los géneros pueden ser –si hablamos del español– hasta seis: femenino, masculino, neutro, común, epiceno y ambiguo. Por tanto, feminizar1 algunas palabras no significa convertirlas al sexo femenino, sino al género femenino.

Términos como: concejal, edil, dirigente, aspirante, presidente, portavoz, docente, sindicalista, periodista, imparcial, mártir, etc. pueden representar a los dos sexos, aunque sean de “géneros” distintos de femenino y masculino (epiceno).

Según la “Real Academia de la Lengua Española” (RAE), los sustantivos epicenos son los que con un solo género (sea masculino o femenino) se refieren a seres vivos (personas, animales o plantas), pero que no poseen ninguna marca formal que permita determinar su sexo. Como personas tenemos: víctima, criatura, personaje, rehén, vástago, etc., también están aquí los verbos de origen latino en su forma no personal participio activo (cantante, presidente, estudiante, sufriente, etc.); como animales: búho, camaleón, culebra, hiena, hormiga, jirafa, lechuza, liebre, rata, sapo, tiburón, víbora, etc.; y, como vegetales: espárrago, palmera, plátano, sauce, anís, etc.

En estos casos, la RAE nos dice: Para determinar el género del sustantivo epiceno y, por ende, el sexo de quien nos estamos refiriendo, tenemos que anteponer al sustantivo epiceno un artículo determinante o indeterminante (el, la, los, las; un, una, unos, unas); anteponerle un adjetivo determinativo indefinido (sea cualitativo, cuantitativo o distributivo); o colocarle antes o después un adjetivo calificativo (varón, mujer; macho, hembra; bueno, buena; manso, mansa; gordo, gorda; etc.).

Uno de mis profesores de Gramática, Redacción y Estilística de la Universidad Nacional Autónoma de México, en una oportunidad me hablaba de intención cuando el uso lingüístico decide la indistinción de los géneros. No soy un doctor en Gramática, Lingüística, Paleología ni en Filología, pero sí tengo la autoridad suficiente en el tema, y por ello opino que la evolución del idioma inglés lo ha llevado a situar el género solamente en algunos artículos y pronombres. Esa debería ser la tendencia de nuestro idioma español. Sonaría mejor y, sobre todo, confundiría menos a la gran mayoría de gente, ¿no creen? Salvo mejor parecer.


(1) «Feminizar» es una voz que no está contemplada en el “Diccionario de la RAE” ni en el “Diccionario panhispánico de dudas de la RAE”; «masculinizar», sí.

lunes, 17 de diciembre de 2012

GROSERÍA

Grosería es: que el salario mínimo de un trabajador sea 750 Nuevos Soles y el de un congresista 18,000 Nuevos Soles, pudiendo llegar con viáticos y otras prebendas a más de 20,000 mensuales (fuera de muertos y heridos = coimisiones).

Grosería es: que un catedrático de universidad o un médico cirujano de la salud pública ganen menos que el concejal de una municipalidad distrital, y que un médico especialista civil de un Hospital de las FFAA gane menos que una secretaria de una entidad burocrática (Congreso o Ministerio).

Grosería es: que los políticos se suban sus retribuciones en el porcentaje que les apetezca (claro, siempre por unanimidad, y al inicio de la legislatura).

Grosería es comparar la jubilación de un congresista con la de una viuda de un trabajador común.

Grosería es: que un ciudadano tenga que trabajar 45 años para percibir una jubilación y a los congresistas les baste solo dos períodos, según el caso, y que los miembros del gobierno, para cobrar la pensión máxima, solo necesiten jurar el cargo.

Grosería es colocar en la administración a miles de asesores -léase amigotes- con sueldos que ya desearían los técnicos más calificados. Que los alcaldes nombren a sus Gerentes (?) sin concurso y así cubrirse y avalar sus movidas.

Grosería es el ingente dinero destinado a sostener a los partidos políticos  aprobados por los mismos políticos que viven de ellos y sin dar cuenta nadie.

Grosería es: que a un congresista no se le exija superar una mínima prueba de capacidad para ejercer su cargo (y no digamos intelectual o cultural) y muchos solo se dediquen a calentar el asiento o prestar "ayudas espirituales".

Grosería es el costo que representa para los ciudadanos sus comidas, coches oficiales, choferes, viajes (siempre en gran clase), gasolina y tarjetas de crédito por doquier; que después de ser suspendidos por sus malos manejos, retornen a su curul y cobren devengados... Que tal conch…

Grosería es: que sus señorías tengan casi cinco meses de vacaciones al año.

Grosería es: que sus señorías, cuando cesan en el cargo, tengan un colchón del 180% del sueldo.

Grosería es: que ex ministros, ex secretarios de estado y altos cargos de la política, cuando cesan, son los únicos ciudadanos de este país que pueden legalmente percibir dos salarios del erario público y sin empacho alguno y decir "que no les alcanza para vivir". 

Grosería es: que se utilice a los medios de comunicación para transmitir a la sociedad que los funcionarios -que siempre son elegidos a dedo- solo representan un costo mínimo para el bolsillo de los ciudadanos... si por ellos fuera se levantarían al estado en peso, como hizo un no caído del palto muy conocido.

Grosería es: que nos oculten sus privilegios y ¿hablan de política social, derechos sociales, inclusión, descentralización?

Grosería esque no se cultive con el ejemplo, en los jóvenes profesionales, los valores, la dignificación del trabajo y estudio, y sí,  la viveza criolla, tráfico de influencias (lobbys que le dicen ahora), cultura de la VARA para acceder a mejores condiciones económicas y a puestos de trabajo,   y para qué seguir...

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Origen de Pingüe

El adjetivo pingüe significa abundante y se aplica a ganancias financieras o comerciales. No se habla de «pingües pérdidas» ni de «pingües cosechas», como se podría suponer a partir de la definición del DRAE (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española), que no toma en cuenta esta restricción léxica. En cambio, el Diccionario de Restricciones Léxicas, de Ignacio Bosque, lo vincula con «copioso» y con «ingente» y menciona usos estilísticos como «un pingüe exilio». 

La denotación de «gordo» indicada por el DRAE es antigua y no encuentra respaldo en los corpus lingüísticos. Sin embargo, es la acepción etimológica; pingüe viene del latín pinguis 'gordo' y entró en nuestra lengua por vía culta a comienzos del siglo XVIII, según Corominas. 

En la primera edición del diccionario académico de la RAE, en 1737, pingue aparecía sin diéresis con la denotación de 'craso, gordo y mantecoso', y también 'abundante, copioso y fértil'. Son exactamente las mismas acepciones que figuran en la última edición, casi trescientos años después.

viernes, 7 de diciembre de 2012

¿SABÍAS QUE...?

La palabra FISCO proviene desde hace muchos siglos cuando los publicanos, cobradores de impuestos de la antigua Roma, acostumbraban a recoger el dinero cobrado en unas cestas de mimbre o de juncos, que en idioma latín se conocían como fiscus, según se verifica en los textos de Cicerón. Con el tiempo, el propio Tesoro Público tomó el nombre de la cesta, y Séneca, que vivió un siglo después de Cicerón, llamaba fiscus al Tesoro del Imperio.

El vocablo fisco ingresó al idioma español con ese sentido y así figura en el “Diccionario latino español” de 1492, de Elio Antonio de Nebrija (1444 – 1522). De ella se derivaron más tarde fiscal, fiscalía y confiscar, esta última formada con el prefijo con-, que significa «incorporar al fisco». 

domingo, 2 de diciembre de 2012

¿PALABRAS INEXISTENTES?

Con frecuencia se oye decir que tal vocablo «no existe», con base en el argumento de que «no está en ningún diccionario», como si las palabras brotasen de los diccionarios así como las flores y los frutos brotan de los árboles.

Imaginemos que un día hallamos un animal cuya descripción no está en ningún libro de zoología y que luego, consultando a un especialista, nos enteramos de que no está descrita en ninguna parte. ¿Diremos entonces «ese animal no existe»? Ahora supongamos que salimos de excursión por paisajes desconocidos con un mapa que nos sirve de guía. De pronto nos encontramos con un río que no está en el mapa. ¿Diremos que ese río no existe? 

Creo que todo el mundo estará de acuerdo en que hay algo que falta en el libro de zoología y que también hay algo que falta en el mapa turístico. Sin embargo, con las palabras no ocurre así; cuando alguien emplea una palabra que no está en el diccionario, la gente piensa que lo que está mal es la palabra y no el diccionario. ¿Por qué ocurre eso? 

Porque muy tempranamente -en la escuela- nos infundieron hasta hacernos calar muy hondo la idea de que todas las palabras del idioma están en el diccionario. ¡Qué absurdo!

Esa noción es muy falsa. Es imposible que todas las palabras estén en el diccionario; en primer lugar, porque ningún lexicógrafo (diccionario) se propone tal cosa. Un diccionario es una selección de las palabras del idioma, tamizada o depurada por la ideología del autor y las costumbres de la sociedad en que vive. Por otra parte, nuevas palabras surgen constantemente (neologismos) y a veces mueren en poco tiempo (arcaísmos), de modo que no podrían tener cabida en los diccionarios.

A esta altura el lector podrá preguntarse qué hace falta para que un vocablo «exista». Si admitimos que una lengua es un conjunto de significantes organizados sintácticamente para que dos o más personas puedan comunicarse, debemos concluir que una palabra existe cuando dos individuos se entienden con ella, es decir, cuando hay uno que la pronuncia y otro que la entiende; simplemente eso. Así como los accidentes geográficos no dependen de los mapas para existir, las palabras no dependen de los diccionarios, que son recopilaciones necesariamente incompletas.

Sin embargo, muchas palabras están un poco escondidas en el diccionario. Veamos el caso del adverbio incuestionablemente, por ejemplo; si la buscamos en el diccionario no la encontraremos allí, y tal vez alguien deje de usarla por esa razón. Sin embargo, el diccionario incluye el adjetivo calificativo incuestionable bajo la letra "i" y el sufijo -mente bajo la letra "m", de modo que los puristas dirán que se trata de una palabra "bien formada".

Entonces, ¿podemos afirmar que «existe» cualquier palabra que se pueda formar con los prefijos y sufijos que están en el diccionario? Contestar esta pregunta afirmativamente supondría aceptar que hay palabras que nacen en los diccionarios, de modo que la respuesta es no. Como se dijo antes, la regla de oro que determina la existencia de una palabra es que haya un hablante que la use y un interlocutor que la entienda, simplemente eso. Interpabilosamente sería una palabra compuesta (adverbio), formada por el prefijo inter-, el adjetivo calificativo pabilosa y el sufijo -mente, pero parece poco probable que alguien la haya usado alguna vez, ¿verdad?