Estamos
acostumbrados a leer de izquierda a derecha y, al llegar al final de cada
línea, saltar de manera brusca hasta el comienzo del renglón siguiente, y así
en forma sucesiva. El procedimiento no parece demasiado inteligente: si al final de una línea bajáramos
hacia el extremo derecho de la próxima y siguiéramos leyendo, ahora de derecha
a izquierda, y continuáramos de esa forma, nos ahorraríamos los saltos bruscos
de línea que llevan tiempo y, según algunos, dañan la vista. Hubo, incluso,
quien calculó que una persona que dedica tres horas diarias a la lectura
ahorraría de esta forma un total de ciento treinta y seis días en toda su vida.
En todo caso, en la agricultura, el labriego que pasa el arado sobre un terreno procede de manera más sabia: al llegar al final de un surco, no vuelve al lado del punto de partida, como hacemos para leer, sino que hace girar el arado y empieza un nuevo surco junto al que acaba de terminar.
De ahí el origen de la palabra griega BUSTRÓFEDON, que denominaba este tipo de escritura y también el acto de arar en zigzag. El vocablo se formó con bou 'buey' y strepho 'dar vuelta'.
Curiosamente, strepho se encuentra, además, en la etimología de estrofa. En efecto, de ese verbo se derivó el sustantivo strophé, que inicialmente significó "evolución del coro en la escena" y, más tarde, "el verso que el coro canta". Veamos cómo quedaría la primera estrofa de la primera rima de Bécquer si el autor la hubiera escrito como un bustrófedon:
Yo sé un himno
gigante y extraño
arorua anu amla
led ehcon al ne aicnuna euq
y estas páginas
son de ese himno
.arbmos al ne
atalid eria le euq saicnedac
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