domingo, 29 de mayo de 2016

¿SABÍAS QUE...?

En el español de hoy, ACÓLITO es el monaguillo o ayudante del sacerdote que celebra algún servicio religioso. La palabra nos llegó del latín medieval “acolytus”, derivada del griego “akholouthos” ‘seguidor’ o, más propiamente, ‘el que sigue el mismo camino conmigo’. El vocablo griego se formó mediante el prefijo “a- ‘juntos’ y “keleuthos” ‘senda’, ‘camino’. En Grecia, los “akholouthos” constituían una clase privilegiada de esclavos que se desempeñaban como acompañantes de sus amos, dondequiera que estos fuesen. En la “Vida de Sanct Isidoro”, obra literaria escrita en el siglo XV por el Arcipreste de Talavera, Alfonso Martínez de Toledo, se explicaban así las funciones del acólito (ortografía de la época, no son errores): 

<E al Acólito pertenesçe aparejar los çirios en el sagrario e levarlos delante del preste e aparejar las hostias e el vino que es menester para serviçio del altar>.

sábado, 21 de mayo de 2016

LA PALABRA DEL MES: "SEUDÓNIMO"

Algunos autores utilizan nombres supuestos para ocultar su identidad o para subrayar una variedad de estilos. El poeta portugués Fernando Pessoa dio a conocer obras de poesía en diversos estilos que reflejan las variadas facetas de su personalidad, y algunas de ellas fueron publicadas con seudónimos: Álvaro de Campos, Alberto Caeiro y Ricardo Reis.

En portugués, esos seudónimos se llaman más frecuentemente “heterónimos”, porque se refieren a un autor que parece presentar un estilo de alguna forma peculiar, según el nombre utilizado. En español también tiene ese significado, pero se usa más bien para señalar dos vocablos que semánticamente están muy cercanos, aunque difieren etimológicamente, como “caballo” y “yegua”

Utilizar un nombre diferente del propio es, de alguna manera, mentir. El término “seudónimo” –antiguamente pseudónimo– se formó a partir del griego “pseudés” 'mentiroso', 'falso' y de “onoma” 'nombre', está también en “onomástico”, “homónimo” y “anónimo”, entre muchas otras palabras de nuestra lengua española. 

sábado, 14 de mayo de 2016

¿SABÍAS QUE...?

Llamamos “diptongo” al conjunto formado por dos vocales que van juntas y se pronuncian en una misma sílaba, como en “agua”, “puerto”, “aire”. La SINALEFA es algo parecido al diptongo: es la unión de dos o tres vocales que están al final de una palabra y al comienzo de la siguiente palabra, que se pronuncian juntas, como en esta rima de Gustavo Adolfo Bécquer

Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.

Podemos observar aquí que algunas diferencias entre el diptongo y la sinalefa van más allá del hecho de que las vocales estén en palabras diferentes: a) la “e” y la “a” de que anuncia no podrían formar diptongo según la normativa, puesto que se trata de dos vocales fuertes o abiertas; b) las “e” de “de ese” y de “que el” no forman diptongo, sino que se funden en la pronunciación, como ocurre también con las “a” de “una aurora”; c) la Ortografía no toma en cuenta la sinalefa, que está vinculada más bien a la rítmica, mientras que el diptongo es considerado en la normativa de tildación. 

La palabra proviene del griego "synaloiphé" 'mezcla', 'unión', 'conjunción', formada por "syn" 'con' y "aleiphó" 'unir', 'juntar', y nos llegó a través del idioma latín "synaloepha". Antonio de Nebrija, en la “Gramática de la lengua castellana”, que presentó a Isabel la Católica en 1492, definía así la sinalefa: 

Sinalefa es cuando alguna palabra acaba en vocal y se sigue otra que comienze eso mismo en vocal, echamos fuera la primera de ellas, como Juan de Mena: "Paró nuestra vida ufana", por "vidufana", y llámase sinalefa, que quiere decir 'apretamiento' de letras (aquí no hay errores ortográficos, pues así era la Ortografía de ese entonces).

domingo, 1 de mayo de 2016

ETIMOLOGÍA DE "BINGO"

Una noche fría de 1929, el vendedor de juguetes neoyorquino Edwin Lowe conducía su coche por una carretera del sur de los Estados Unidos, cansado y deprimido. Hacía pocos meses que la Gran Depresión de EE. UU. había sacudido los cimientos de la economía norteamericana y conmovido al mundo, y se vivían días difíciles. 

Mientras buscaba un hotel donde pernoctar, Edwin Lowe advirtió una tienda colorida al borde de la carretera, con muchas luces y música, y se acercó para ver de qué se trataba. Estacionó su auto y entró. En medio de una densa humareda de cigarros, contempló a cierto número de personas sentadas alrededor de una mesa sobre la cual cada una tenía un cartón y un montoncito de frijoles. Un sujeto, que actuaba como animador, extraía bolillas numeradas de una bolsa y cantaba los números ante los circunstantes, que ponían, de vez en cuando, un frijol sobre los cartones. 

Al acercarse un poco más, Edwin Lowe observó que lo que los participantes tenían ante sí era una especie de cartón de lotería con los números del 1 al 75 alineados en cinco columnas. Al completar una línea, el jugador gritaba triunfalmente ¡beano!”, del idioma inglés “vean” ‘frijol’. Entusiasmado con la novedad, y ya menos deprimido, el vendedor viajero se llevó a Nueva York la idea del juego, que ensayó con éxito con amigos y familiares. Un día, mientras estaban jugando en la casa de Lowe, uno de los participantes, emocionado por haber ganado la partida, se equivocó y, en vez de “¡beano!”, gritó “¡bingo!”, palabra que acabó adoptada como nombre del juego.

El vendedor siguió desarrollando la idea y terminó por encabezar cada una de las cinco líneas de números por una de las letras de la palabra bingo”, que pasó a nuestra lengua española con la misma grafía. Con este juego, Edwin Lowe amasó una cuantiosa fortuna y, finalizada la depresión económica norteamericana, ya era un hombre muy rico.