“Maldecir a alguien o
algo por considerarlo malo o perjudicial”, dice el diccionario sobre este
verbo. Abominable es, por supuesto, “aquel que merece ser
abominado”. No sabemos qué hace de perjudicial el "abominable hombre de
las nieves", cuya existencia es más que dudosa, pero así es el mundo.
Estas palabras
provienen del verbo latino abominare y del adjetivo abominabilis,
formados con el prefijo ab-, el sustantivo omen, ominis y
las flexiones -are y -abilis, respectivamente. Omen,
ominis significaba en latín 'agüero, presagio, pronóstico', que no
tenían por qué ser necesariamente malos. Los adivinos eran llamados ominator,
ominatoris. Cicerón decía faustis ominibus aliquid prosequi para
significar 'desear el éxito de algo'.
Sin embargo, con el
tiempo la idea de presagios negativos acabó por imponerse y dio lugar en latín
al adjetivo 'ominosus' que significaba 'de mal agüero', denotación que se
conserva en el español de hoy en ominoso.
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