Por:
Nicanor Alfredo Camacho Núñez
Este es un artículo de mi autoría, publicado en primicia y
exclusividad en la "Revista Avancemos" (Chepén) en su
edición Nº 59 del mes de setiembre de 2014. Es una publicación mensual
dirigida por el Sr. Julio César Angulo Quesquén, en donde –además de ser
"Escritor"–, soy el responsable de la "Corrección
Gramatical" de gran parte de dicha revista.
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“…Nuestra lengua materna (español)
está entre las más amplias y complejas que existen; ostenta una riqueza léxica
enorme”. Esta premisa
la hemos oído desde niños, no obstante, en mi opinión, es un error letal.
¿Verdad que se habrán sentido reconfortados e imaginariamente superiores cada
vez que la escuchaban? o ¿acaso se habrán sentido incómodos? ¡Reconfortados!
¿Verdad?
En la primera parte de este
tema, vimos lo crucial que son las palabras para el ser humano debido a su gran
poder de influir y hasta condicionar (programar) a las personas. Ahora, veamos
el poder que tienen las palabras en una nación o conjunto de naciones. Pero ya
no desde la misma perspectiva, sino desde otra similar; aunque el daño es
igualmente enorme.
Estados Unidos de Norte
América fue el amo y señor del mundo hasta hace aproximadamente 30 años. Desde
esa fecha ha venido decayendo pausadamente hasta estar hoy en día entre el
tercero a quinto lugar en el orbe, y, precisamente, coincide con la mayor
inmigración de latinos de habla Hispana que haya sufrido en toda su historia el
coloso del norte. Casualmente, ello se ha dado en estos últimos 30 años junto a
su lento declive, ¿a qué se debe esa pequeña y paulatina decadencia?
Simplemente –entre otras causas– a la gran influencia del idioma español que
los latinos están ejerciendo dentro de ese país. Por eso, y muchos motivos más,
EE.UU. está frenando radicalmente la llegada de latinos a su territorio; pues
muy poco o nada le aportan.
Según los expertos, el
idioma español posee aproximadamente dos millones y medio de palabras, mientras
que el poderoso inglés, apenas medio millón; es decir, la lengua española
ostenta una “riqueza léxica” inmensa
con respecto al inglés. Este enorme vocabulario nos da una satisfacción ficticia de superioridad, además, por la misma “riqueza léxica” nos permitimos
proporcionarnos con mucha frecuencia –consciente o inconscientemente–
justificaciones descabelladas para satisfacer nuestro ego ubicado en la
subconciencia. En consecuencia, esto nos impide ver nuestros errores cada vez
que fallamos y nos aletarga.
“La falla de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren
ser útiles, sino importantes” –Winston Churchill–
Es conocida por todos
nosotros esa expresión común: “casi lo hago”; esta locución adverbial
simple e inofensiva llega a ser devastadora cuando constantemente nos decimos a
nosotros mismos (recordemos la primera parte de este artículo). Ya sabemos que
la mejor forma de autohipnosis es hablarnos cosas absurdas o la de mantener
ideas irracionales por mucho tiempo; pues, ¡¿lo hiciste o no lo hiciste?! ¡Nada
más! Otros, cobardemente van más allá y se dicen a sí mismos: “Casicito
lo logro”. Como vemos, hay muchos vocablos que la Real Academia de la
Lengua Española debería erradicarlos. Sobre todo, nosotros mismos debemos tomar
conciencia de tantas expresiones dañinas y eliminarlas por nuestra propia
cuenta. A este respecto alguien dijo:
“Tú debes ser el cambio que quieres ver
en el mundo”.
Del mismo modo, para cada
adjetivo calificativo en su estado natural (grado positivo) hay cuatro grados o
variantes en la intensidad de su cualidad significada, además de su respectivo
heterónimo en el 4º grado o superlativo absoluto; igual sucede con los adverbios
variables. No obstante, el inglés, en estos y otros aspectos, no es tan amplio
ni complejo; es simple y conciso. Otro ejemplo: un verbo inglés apenas tiene 20 a 22 variantes diferentes cada uno, excepto
el verbo to bee (ser o estar) que su
paradigma verbal es mucho más amplio. En cambio, un verbo español posee en su
primera conjugación 101 formas distintas, en su segunda conjugación 102 formas
distintas y en su tercera conjugación, también 102 formas distintas.
Nosotros poseemos una
lengua “tan extensa” o “tan rica” que ha servido mayormente para darnos CASI
siempre justificaciones pusilánimes a sí mismos y, por ende, aletargarnos
(¿notaron el adverbio casi que lo he resaltado?, simplemente deberíamos
eliminar este vocablo como a otra gran cantidad. Omítanlo al leer y notarán la
diferencia). Es decir, usamos mayormente la “riqueza léxica” del español para
darnos una satisfacción ficticia de
superioridad.
El otro ejemplo es allá en
Europa con el país de España. Esta nación no es la primera en el viejo
continente, está dentro del “montón”, y es la única que habla el idioma español.
Los demás países hablan otras lenguas, y qué casualidad también: España no se encuentra en el primer
lugar en Europa. Como siempre, la “riqueza léxica” del idioma español es la
causa principal de ese amodorramiento que nos dan nuestras propias
justificaciones ante nuestros errores o deficiencias, proporcionándonos esa falsa sensación de superioridad. Aquí me
vienen a colación otra vez las palabras de un Filósofo griego: “Los
límites son físicos, las limitaciones son mentales”.
“Aprender y disfrutar son el secreto de una vida realizada.
Aprender sin disfrutar, aflige; disfrutar sin aprender, embrutece” –Richard
David Precht–
Entonces, termino el
presente artículo con la misma expresión de la primera parte: “Desde
ahora y en adelante –como lo dijo el filósofo griego Demócrito hace 2.400
años– ya no te digas (ni hagas)
estupideces, aprende a avergonzarte más ante ti que ante los demás”. He ahí
la importancia y el poder de las palabras, salvo mejor parecer.
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