Por: Nicanor Alfredo
Camacho Núñez
Artículo
de mi autoría publicado exclusivamente en la “Revista Avancemos” (Chepén) en su
edición N° 48 del mes de diciembre de 2012. Revista mensual dirigida por el Sr.
Julio César Angulo Quesquén.
Gato,
gata; loro, lora; perro, perra; gallo, gallina; oveja, carnero; toro, vaca…,
son sustantivos animados de género masculino o femenino que representan a
animales de sexo macho o hembra.
Igualmente, hombre y mujer son sustantivos animados de género masculino y
femenino, respectivamente, que representan a personas de sexo masculino o
femenino. Pero eso no es todo, veamos esto:
la mano, el pie; la cara, el pelo; la uña, el dedo; la casa, el carro; la
billetera, el cigarro; la computadora, el celular… ¿Será que estos sustantivos
inanimados, que representan a partes de nuestro cuerpo u objetos, tienen sexo?
“La confusión está
clarísima” -Lucio Anneo Séneca-
La
gran confusión entre sexo y género penaliza varias veces a la lengua española y hace que
muchas palabras suenen mal. Por ello, el discurso vaga de tal manera, que puede
hacer que en el lector o en el oyente del mismo se produzca un rechazo que lo
inutilice. El proceso de aplicar el sexo en vez del género es más difícil o
imposible en idiomas como por ejemplo el inglés, que distingue los géneros
en algunos artículos, pero no en los
sustantivos ni adjetivos. En nuestro idioma español, mucha gente
confunde “sexo” con “género”, porque los géneros van
también –como ya lo hemos visto– en sustantivos inanimados (la uña,
femenino; el pie, masculino; la casa, femenino; el carro, masculino; la
mesa, femenino; el libro, masculino; etc.) y en adjetivos determinativos (esa,
femenino; ese, masculino; esta, femenino; este, masculino, etc.).
Los sustantivos (personas, animales, plantas o
cosas), entre otras características, poseen género gramatical con el que deben
concordar los determinantes y adjetivos:
la (artículo femenino) manta (sustantivo femenino) gruesa (adjetivo femenino). El sexo, por otra parte, es una
condición biológica específica de
las personas, animales y plantas; por lo tanto, sexo y género son dos
conceptos totalmente diferentes.
Imaginen
una noticia así: «La portavoza, que había sido testiga
de una atroza pelea en la sesión, señaló que la edila de la
representación rivala no era jueza
imparciala a la hora de calificar a la concejala de mártira
de la lídera de la agrupación medioambientala». Este texto
sería un claro ejemplo si aplicamos a las palabras la distinción por sexo y no
por género. Y es que en el mundo entero –cualquiera sea el idioma–, los
vocablos tienen género, pero no sexo. Y mientras los sexos son dos: «masculino
y femenino» en las personas, y «macho
y hembra» en los animales, los géneros pueden ser –si hablamos del español–
hasta seis: femenino, masculino,
neutro, común, epiceno y ambiguo. Por tanto, feminizar1 algunas palabras no significa convertirlas al sexo femenino, sino al género femenino.
Términos
como: concejal, edil,
dirigente, aspirante, presidente, portavoz, docente, sindicalista, periodista,
imparcial, mártir, etc. pueden representar a los dos sexos,
aunque sean de “géneros” distintos de
femenino y masculino (epiceno).
Según
la “Real Academia de la Lengua Española” (RAE), los
sustantivos epicenos son los que con un solo género (sea masculino o femenino)
se refieren a seres vivos (personas, animales o plantas), pero que no poseen ninguna marca formal que permita
determinar su sexo. Como personas tenemos: víctima, criatura, personaje, rehén, vástago, etc., también están
aquí los verbos de origen latino en su forma no personal participio activo
(cantante, presidente, estudiante, sufriente, etc.); como animales: búho,
camaleón, culebra, hiena, hormiga, jirafa, lechuza, liebre, rata, sapo,
tiburón, víbora, etc.; y, como
vegetales: espárrago, palmera,
plátano, sauce, anís, etc.
En estos casos, la RAE nos dice: “Para determinar el género del sustantivo epiceno y, por ende, el sexo
de quien nos estamos refiriendo, tenemos que anteponer al sustantivo epiceno un
artículo determinante o indeterminante
(el, la, los, las; un, una, unos, unas); anteponerle
un adjetivo determinativo indefinido
(sea cualitativo, cuantitativo o distributivo); o colocarle –antes o después– un adjetivo calificativo (varón,
mujer; macho, hembra; bueno, buena; manso, mansa; gordo, gorda; etc.)”.
Uno
de mis profesores de Gramática, Redacción y Estilística de la Universidad
Nacional Autónoma de México, en una oportunidad me hablaba de intención cuando el uso lingüístico
decide la indistinción de los géneros. No soy un doctor en Gramática,
Lingüística, Paleología ni en Filología, pero sí tengo la autoridad suficiente
en el tema, y por ello opino que la
evolución del idioma inglés lo ha llevado a situar el género solamente en algunos artículos y pronombres. Esa debería ser la tendencia
de nuestro idioma español. Sonaría mejor y, sobre todo, confundiría menos a la
gran mayoría de gente, ¿no creen? Salvo mejor parecer.
(1)
«Feminizar» es una voz que no está contemplada en el “Diccionario de la RAE” ni en el “Diccionario panhispánico de dudas de la RAE”; «masculinizar», sí.