El ser humano es, desde los tiempos más remotos,
una criatura fascinada por aquello que no puede entender (MILAGRO), y sigue siéndolo aun
hoy, cuando el conocimiento científico ha desbrozado buena parte del territorio
de lo inexplicable.
Los latinos llamaban “miraculum” a aquellas cosas
prodigiosas que escapaban al entendimiento del común de las gentes, como los
eclipses, las estaciones del año y las tempestades.
En español se dijo durante mucho tiempo “miraclo” (Berceo
1230-1250) y “miraglo” (Palencia 1470), que serían formas de
españolización más adecuadas del latín “miraculum” 'prodigio,
milagro', pero en romance peninsular la “r” y la “l” intercambiaron
sus lugares, de modo que la forma actual ya aparece cristalizada en el Diccionario
latino-español, de Nebrija (1495).
“Miraculum” provenía de “mirari”, que en latín
significaba 'contemplar con admiración, con asombro o con estupefacción'. La
forma latina se mantuvo más fielmente en el francés y en el inglés “miracle”,
y en el italiano “miracolo”, entre otras lenguas
neolatinas.
“Mirari”,
por su parte, dio origen a otras palabras que el latín legó al español, tales
como “mirabilis”, que derivó en admirable; “miratio”,
“-onis”, en admiración; “mirator”, en admirador,
y “mirificus” en mirífico, 'admirable,
maravilloso'.
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