Por:
Nicanor Alfredo Camacho Núñez
Este es un
artículo de mi autoría, publicado en primicia y exclusividad en la "Revista Avancemos" (Chepén) en su edición N° 60 del mes de noviembre de 2014. Es una publicación mensual dirigida por el Sr. Julio César Angulo Quesquén, en donde -además de ser "Escritor"-, soy el responsable de la Corrección Gramatical de gran parte de dicha revista.
-------------------------------------------------------------------
Nuestra
lengua materna también se llama “castellano”,
por ser el nombre de la comunidad lingüística que habló una modalidad románica
en tiempos medievales: Castilla.
Existe alguna polémica en torno a la denominación del idioma. El término “español” es relativamente reciente y no
es admitido por muchísimos hablantes bilingües de España, pues entienden que el
nombre de “español” incluye los
términos valenciano, gallego, catalán y vasco, idiomas a su vez de consideración
oficial dentro del territorio de sus comunidades autónomas respectivas. Son
esos mismísimos hablantes bilingües quienes proponen volver a la denominación
más antigua que tuvo nuestra lengua materna:
“castellano”, entendido como
“lengua de Castilla”.
En
los países hispanoamericanos se ha conservado esta denominación (castellano) y no plantean ninguna
dificultad a la hora de entender como sinónimos los términos “castellano” y “español”. En los primeros documentos, tras la fundación de la Real
Academia de la Lengua Española, los miembros de dicha Academia emplearon, por
acuerdo, la denominación de “lengua
española”. Quien mejor ha estudiado esta espinosa cuestión ha sido Amado
Alonso en su libro titulado: “Castellano, español: idioma nacional”. Historia espiritual de tres nombres (1943)
que recomiendo leerla.
Volver
a llamar a este idioma “castellano”
representa una vuelta a los orígenes, y quién sabe si no sería dar satisfacción
a los autores iberoamericanos que tanto esfuerzo y estudio le dedicaron, como
Andrés Bello, J. Cuervo o la argentina Mabel Manacorda de Rossetti. Renunciar
al término “español” plantearía la
dificultad de reconocer el carácter oficial de una lengua que tan abierta ha
sido para acoger en su seno influencias y tolerancias que han contribuido a su
condición.
Por
otro lado, tanto derecho tienen los ciudadanos españoles a nombrar “castellano” a su idioma como los
argentinos, “argentino”; venezolanos,
“venezolano”; mexicanos, “mexicano” o panameños, “panameño”, por citar solo algunos ejemplos. Esto podría significar
el primer paso para la fragmentación de un idioma que, por el número de hablantes,
ocupa el segundo lugar –después
del “chino”– entre las lenguas más habladas del mundo. En
España se hablan, además, el “catalán”
y el “gallego”, idiomas de tronco
románico, y el “vasco”, de origen
controvertido.
Por
ese motivo, personalmente me quedo con el nombre de “castellano”; salvo mejor parecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario