lunes, 17 de noviembre de 2014

¡CASTELLANO!

Por: Nicanor Alfredo Camacho Núñez

Este es un artículo de mi autoría, publicado en primicia y exclusividad en la "Revista Avancemos" (Chepén) en su edición N° 60 del mes de noviembre de 2014. Es una publicación mensual dirigida por el Sr. Julio César Angulo Quesquén, en donde -además de ser "Escritor"-, soy el responsable de la Corrección Gramatical de gran parte de dicha revista.  
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Nuestra lengua materna también se llama “castellano”, por ser el nombre de la comunidad lingüística que habló una modalidad románica en tiempos medievales: Castilla. Existe alguna polémica en torno a la denominación del idioma. El término “español” es relativamente reciente y no es admitido por muchísimos hablantes bilingües de España, pues entienden que el nombre de “español” incluye los términos valenciano, gallego, catalán y vasco, idiomas a su vez de consideración oficial dentro del territorio de sus comunidades autónomas respectivas. Son esos mismísimos hablantes bilingües quienes proponen volver a la denominación más antigua que tuvo nuestra lengua materna: “castellano”, entendido como “lengua de Castilla”.

En los países hispanoamericanos se ha conservado esta denominación (castellano) y no plantean ninguna dificultad a la hora de entender como sinónimos los términos “castellano” y “español”. En los primeros documentos, tras la fundación de la Real Academia de la Lengua Española, los miembros de dicha Academia emplearon, por acuerdo, la denominación de “lengua española”. Quien mejor ha estudiado esta espinosa cuestión ha sido Amado Alonso en su libro titulado: “Castellano, español: idioma nacional”. Historia espiritual de tres nombres (1943) que recomiendo leerla.

Volver a llamar a este idioma “castellano” representa una vuelta a los orígenes, y quién sabe si no sería dar satisfacción a los autores iberoamericanos que tanto esfuerzo y estudio le dedicaron, como Andrés Bello, J. Cuervo o la argentina Mabel Manacorda de Rossetti. Renunciar al término “español” plantearía la dificultad de reconocer el carácter oficial de una lengua que tan abierta ha sido para acoger en su seno influencias y tolerancias que han contribuido a su condición.

Por otro lado, tanto derecho tienen los ciudadanos españoles a nombrar “castellano” a su idioma como los argentinos, “argentino”; venezolanos, “venezolano”; mexicanos, “mexicano”  o panameños, “panameño”, por citar solo algunos ejemplos. Esto podría significar el primer paso para la fragmentación de un idioma que, por el número de hablantes, ocupa el segundo lugar después del “chino” entre las lenguas más habladas del mundo. En España se hablan, además, el “catalán” y el “gallego”, idiomas de tronco románico, y el “vasco”, de origen controvertido.

Por ese motivo, personalmente me quedo con el nombre de “castellano”; salvo mejor parecer.

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