En la región del Río de la Plata (Argentina)
circula un mito según el cual la palabra atorrante se habría
formado a partir de inscripciones en unos caños de alcantarilla instalados en
el algún lugar de Buenos Aires, dentro de los cuales solían guarecerse personas
indigentes hacia fines del siglo XIX. Esos caños tendrían impreso en relieve el
nombre del fabricante, un tal A. Torrant.
El problema de esta “etimología”,
divulgada en la prensa y algunos libros, es que nunca nadie pudo mostrar un
caño con esas características, ni un documento en que se mencionara el nombre
del supuesto fabricante, a pesar de los esfuerzos de investigadores
contemporáneos. Se trataba de una etimología falsa, inventada no sin algún
ingenio, que encontró campo fértil en el hecho de que nadie la había estudiado
antes.
En realidad, se trata de un vocablo
peninsular, participio activo del verbo atorrar, muy poco usado en España, pero que podemos
encontrar en escritos de autores como Emilia Pardo Bazán, Ramón del Valle
Inclán y Camilo José Cela.
La palabra atorrante se
conservó con más vitalidad en las Islas Canarias, desde donde llegó hasta las
costas del Río de la Plata. Llama la atención que el Diccionario de la
Real Academia de la Lengua Española la localice como regionalismo en
Argentina y en Uruguay, pero que la tercera acepción, “vagabundo sin domicilio
fijo” la sitúe, además, en Costa Rica y República Dominicana, pero no la ve
como canarismo. No debe ser casual el hecho de que todos estos países hayan
recibido un abundante caudal inmigratorio procedente del archipiélago.
La Academia Canaria de la Lengua
recoge el vocablo como propio de las islas y lo define así:
1- adj. Dicho de una persona, que elude el trabajo con picardía. U.t.c.s. “Aquí
hay que justificarse y trabajar, que para atorrante estoy yo, que soy el patrón”.
2- adj. Fv. Golfo, bribón, pícaro. U. t. c. s. “Se casó con un atorrante y
ahora tiene que trabajar más que antes”.
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