Febrero, segundo mes del año,
último en el calendario romano.
Los sabinos —uno de los pueblos indoeuropeos que habitaron en la era neolítica la península itálica, entre el Tíber y los Apeninos— celebraban una fiesta anual de purificación que llamaban “februa”, en una fecha que hoy se identifica como el 15 de febrero. Tras la fundación de Roma y el posterior surgimiento del Imperio romano, la urbe dominante tomó prestado el nombre de las fiestas februas para designar el mes en que estas tenían lugar: el último del año.
Al fundador legendario de Roma, Rómulo,
se le atribuye la unificación de los numerosos calendarios que existían en la
península en el siglo VIII a. de C., mediante la creación de uno nuevo, de diez
meses distribuidos en un año de 304 días. Pero el calendario de Rómulo, tan
diferente del año trópico, se reveló como una herramienta demasiado primitiva
para un Estado que pocos siglos más tarde despuntaría como potencia dominante.
Así, hacia el año 300 a. de C., el edil Flavio creó un nuevo calendario con dos
meses adicionales, que se añadieron después de december: januarius, consagrado
al dios Jano, y februarius, que tomó el nombre de la antigua
fiesta de purificación de los sabinos.
Este nombre, que se registra en el
idioma español desde 1129, está en la mayor parte de las lenguas europeas
modernas: “february” en inglés, “février” en
francés, “febbraio” en italiano, “fevereiro” en
portugués y “Februar” en alemán.
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