Cuando compramos los regalos de Navidad,
decoramos el árbol o nos reunimos con la familia alrededor de la cena navideña,
raramente nos detenemos a pensar cómo se fueron formando esas tradiciones
milenarias, algunas de ellas mucho más antiguas que el propio cristianismo.
La conmemoración del nacimiento de
Jesús, la fiesta más universal de Occidente, se celebró por primera vez el 25
de diciembre de 336 en Roma, pero hasta el siglo V, la Iglesia de Oriente
siguió conmemorando el nacimiento y el bautismo del niño Dios de los cristianos
el 6 de enero. El nombre de la fiesta Navidad, proviene del latín nativitas,
nativitatis 'nacimiento', 'generación'.
En siglos posteriores, las diócesis
orientales fueron adoptando el 25 de diciembre y fueron dejando el 6 de enero
para recordar el bautismo de Cristo, con excepción de la Iglesia armenia, que
hasta hoy conmemora la Navidad en esa fecha de enero.
No se conoce con certeza la razón por la
cual se eligió el 25 de diciembre de cada año para celebrar la fiesta navideña,
pero los estudiosos consideran probable que los cristianos de aquella época se
hubieran propuesto reemplazar con la Navidad la fiesta pagana conocida como natalis
solis invicti (festival del nacimiento del sol invicto), que
correspondía al solsticio de invierno en el hemisferio norte, a partir del cual
empieza a aumentar la duración de los días y el Sol sube cada día más alto por
encima del horizonte.
Una vez que la Iglesia instituyó el 25
de diciembre para la Navidad, el bautismo de Jesús empezó a festejarse en
Oriente el 6 de enero, pero en Roma esa fecha fue escogida para celebrar la
llegada a Belén de los Reyes Magos, con sus regalos de oro, incienso y mirra.
A lo largo de los siglos, las costumbres
tradicionales vinculadas a la Navidad se desarrollaron a partir de múltiples
fuentes. En esas tradiciones, tuvo considerable influencia el hecho de que la
celebración coincidiera con las fechas de antiquísimos ritos paganos de origen
agrícola que tenían lugar al comienzo del invierno.
Así, la Navidad acogió elementos de la
tradición latina de la Saturnalia, una fiesta de regocijo e intercambio de
regalos, que los romanos celebraban el 17 de diciembre en homenaje a Saturno.
Y no hay que olvidar que el 25 de
diciembre era también la fiesta del dios persa de la luz, Mitra, respetado por
Diocleciano, y que había inspirado a griegos y romanos a adorar a Febo y a
Apolo. En el Año Nuevo, los romanos decoraban sus casas con luces y hojas de
vegetales, y daban regalos a los niños y a los pobres en un clima que hoy
llamaríamos navideño. A pesar de que el año romano comenzaba en marzo, estas
costumbres también fueron incorporadas a la festividad cristiana.
Por otra parte, con la llegada de los
invasores teutónicos a Galia, a Inglaterra y a Europa Central, ritos germánicos
se mezclaron con las costumbres celtas y fueron adoptados en parte por los
cristianos, con lo que la Navidad se tornó desde muy temprano una fiesta de
comida y bebida abundante, con fuegos, luces y árboles decorados.
La
Navidad que celebramos hoy es, pues, el producto de un milenario crisol en el
que antiguas tradiciones griegas y romanas se conjugaron con rituales
célticos, germánicos y con liturgias ignotas de misteriosas religiones
orientales.